La ampolla de Asclepio - El dolor y las emociones
por Roberto Merante, médico y maestro de TCM, y William Giordano, masajista cualificado
El Club estaba envuelto en una atmósfera melancólica, como si estuviese permeado por una niebla densa que ofuscaba la vista y la mente. Estábamos recordando nuestro amigo fallecido improvisamente por culpa de un infarto. Wilhelm y yo estábamos intentando concentrarnos sobre un partido de ajedrez para distraer la mente, llena de pensamientos tristes.
De repente, moviendo un alfil Will estalló, “¿Cómo puede ser que una emoción como la tristeza llegue a ser tan fuerte que pueda provocar un dolor tan intenso?”
“Nuestro cerebro, frente a emociones intensas, crea el único mensaje de alerta que conoce: el dolor. Hay que recordar que la sede de esas sensaciones es siempre el hipotálamo. En cuanto centro de regulación de las principales funciones vitales, las modifica para adaptarlas a los estímulos que recibe el cuerpo. Desde este punto de vista, las emociones no son nada más que estímulos a los que el hipotálamo debe responder. No te asombres, entonces, si el miedo y la tristeza sean interpretadas como señales de peligro que amenazan la misma vida del individuo”.
“¿Y cómo puede un hombre sólo enfrentar un sistema tan complejo como la vida emocional?”
“Una parte del lobo temporal llamado amígdala se ocupa de este asunto, enviando mensajes en base a lo que recibe de la corteza cerebral. A pesar de esto, la simple visión médica no llega a resolver la complejidad del problema. ¿Qué opinás, Will?”
Luego de haberse servido una taza de té, puesto un cubito de azúcar y soplado sobre el líquido hirviente, contestó,
“Emoción. Una palabra pequeña y al mismo tiempo con un significado tan amplio que llega a interactuar con nuestras vidas en cada momento; no podemos hacer nada sin crear emociones de alguna manera: el amor, el odio, el miedo, la alegría, la tristeza, el resentimiento y demás son simplemente energía llevada a la superficie y expresada en un continuo vivir la vida. Las emociones poseen el poder de hacernos sentir particularmente vivos; nuestros pensamientos – negativos o positivos – juntos con nuestras acciones y la materialidad de las cosas con las cuales interactuamos, dan energía a la vida, llenan de sentido todo lo que vivimos rompiendo la monotonía que se crearía si no tuviésemos emociones. Ellas son el corazón de la energía que crea nuestra experiencia del mundo, sin ella no podríamos valorar lo que hacemos, que vemos y que percibimos. ¿Cómo sería el amor sin emociones? ¿Qué sentido tendría un perfume agradable, una mujer hermosa, una buena acción, mirar el sol o andar en barco sobre un mar azul gozando de la vista de una pareja de delfines mientras baila feliz?”
“Claro, con tu sólito espíritu poético estás hablando del sentido que las emociones donan a la vida. Sin embargo las cosas no siempre se dan tan fácilmente”.
“Cuando la famosa teja nos cae derechita sobre la cabeza y algo empieza a andar mal, las emociones – en esta fase negativa – nos pueden lastimar, nos hacen distorsionar la realidad y advertimos dolor. El dolor y el sufrimiento, dos palabras con las que nadie quiere cruzarse y que están íntimamente ligadas a las emociones. El dolor por la pérdida de un ser querido, el dolor por haber recibido una injusticia, el dolor por una derrota, el dolor de ver otras personas que sufren, el sufrimiento físico o la impotencia de no poder ser lo que queremos ser nos hacen entender cuánto las emociones sean importantes. Emociones que, si no son controladas, nos llevan a ver la vida bajo una luz definitivamente negativa y a distorsionar su significado”.
Entonces paró y empezó a saborear su té. Algo me dijo de no interrumpir sus pensamientos.
Siguió, “El dolor y la alegría tienen un rol definitivamente importante en nuestras vidas. De hecho, por medio de las emociones entendemos y valoramos las cosas; el dolor nos permite intuir cuánto sea importante poder ser felices así como la alegría nos hace conscientes de que no podríamos apreciarla sin haber anteriormente experimentado el dolor. El dolor nos hace más fuertes, así como la pobreza y la humildad. Es el fuego de la forja en donde el metal viene calentado y ablandado para poder ser trabajado, darle forma y luego reforzarlo con el endurecimiento apropiado”.
Paró otra vez. Era como si las palabras y los pensamientos fuesen dos carriles que no querían cruzarse.
“El dolor y el sufrimiento encuentran su máxima expresión en la experiencia de la enfermedad. ¿Qué puede ser más devastador y debilitador que el sufrimiento y la pérdida de la salud física nuestra o de un ser querido? ¿Qué puede darnos una idea mejor de cuánto sea importante sentirse bien, gozar de nuestro cuerpo y de todos los instrumentos de los que está equipado, de su liviandad y potencialidad? Muchas veces, absorbidos en el trabajo y en la cotidianidad, nos olvidamos de poseer una máquina prácticamente perfecta y no reconocemos la importancia que se merece… nos damos cuenta de ella solamente cuando empieza a hacer berrinches, obligándonos a bajar el ritmo y visitar un mecánico para que nos ajuste unos tornillos…”
“Estoy contento de ser un mecánico para los hombres – contesté yo – Se ajusta el cuerpo y se regulan los equilibrios, pero… Curar una persona es un asunto mucho más complejo”.
Los ojos de Wilhelm comenzaron a brillar, “Quiero que leas una carta que mi hermano escribió mientras era convaleciente luego de una complicada intervención quirúrgica”.
Mientras me ofrecía la carta – puede haber sido mi impresión – su mano tembló.
“Esta vez fue realmente feo, pensaba de no lograr salir del agujero. Especialistas, exámenes, hospitales; después aquel día entré en el quirófano acostado en la camilla y recé, pedí ayuda. El miedo y la soledad mandaban, pensaba de no superar la operación, y sin embargo estoy aquí, escribiendo estas palabras. Tengo cincuenta años y nunca me había dado cuenta de las riquezas y bellezas que poseo, siempre di todo por sentado; ahora estoy aquí, en la playa, el mar es de un color azul indescriptible, hay una briza ligera y el sol al horizonte está calando lentamente tiñendo todo el cielo de naranja… ¡qué emoción!… ¡qué alegría estar vivo todavía!”
Devolví la carta a Wilhelm, conmovido. Lo abracé y me fui en silencio.
Todo lo que se podía decir aquella noche había sido dicho.
Para profundizar
1.
Las estructuras nerviosas involucradas en la percepción del dolor reconocen un eje principal de conexiones compuesto por tres sectores:
Los receptores periféricos que envían los impulsos a las estructuras centrales. Éstos receptores perciben un estímulo externo como presión, tracción, calor, etc.
El segundo centro de elaboración, llamado Tálamo. En esta sede los impulsos periféricos vienen elaborados para poder distinguir si tienen que ser interpretados como sensación dolorosa en base a extensión, duración e intensidad. En caso afirmativo el tálamo envía otros impulsos a la corteza cerebral.
Al lado de este eje principal están las estructuras que condicionan la receptividad hacia el dolor. Tales estructuras nerviosas están condicionadas por factores internos (como el estado emocional, el estado de salud, etc.) y por el ambiente en el que vivimos (el estado emotivo de angustia, entendido como una condición de pre-alarma del organismo, es simplemente una respuesta a un contexto percibido como adverso y peligroso).
La respuesta al estímulo doloroso involucra primeramente las estructuras conscientes de naturaleza cortical, en particular las áreas frontales donde está ubicada nuestra conciencia. El comportamiento de las estructuras profundas resulta muy particular: el hipotálamo, por medio del control hormonal, cumple la tarea de mantener los equilibrios internos del cuerpo y de estimular las reacciones de defensa del organismo, activando el sistema simpático y aumentando la secreción de adrenalina (reacción de defensa). De hecho el hipotálamo es el centro que asegura la coordinación de las componentes corpóreas de un estado emocional.
La amígdala (estructura entre las más antiguas desde el punto de vista evolutivo de nuestro cerebro) desempeña un rol clave, junto con el sistema límbico, en la generación de emociones. Ella interfiere con las estructuras nerviosas anteriormente citadas, facilitando o inhibiendo su funcionamiento. En particular, su acción sobre el tálamo permite influenciar el umbral del dolor. En otras palabras, un hombre feliz y sereno tendrá un umbral del dolor elevado porque, a nivel talámico, los estímulos deberán ser muy fuertes para desencadenar el dolor. Al contrario, una persona enferma o triste tendrá un umbral bajo porque percibe su medioambiente como hostil.
Ilustraciones
Fig. 1 - Esquema del eje principal periferia – tálamo – corteza
Fig. 2 - Sección trasversal del cerebro que muestra la vía espino – tálamo – cortical
Fig. 3 - Sección longitudinal del cerebro humano